"Descubre Esquina Común en Ciudad de México: Cocina Emotiva y Sabores Memorables"
"En Esquina Común, cada plato es un viaje a través de sabores auténticos y emociones profundas, en un ambiente que te hace sentir como en casa."
A veces, las mejores experiencias culinarias llegan sin aviso y por accidente, como quien encuentra una joya en el fondo de un cajón. Esta tarde, al verte entrar con una mezcla de asombro y nostalgia, supe que habías vivido algo especial. El relato que me compartiste —la historia de un reencuentro y una comida que no solo sorprendió tu paladar, sino que tocó algo más profundo— tiene esa magia que solo una gran comida puede invocar.
Todo comenzó con un mensaje de WhatsApp.
Un texto inesperado de Ana Dolores, esa chef que tanto admirabas desde la distancia, cuando aún vivías en Lima y ella era solo un nombre y unas historias en Instagram, bajo el alias de @cardoceniza. ¿Recuerdas esos tiempos? Ana, con su cabello azul, y tú, viendo sus creaciones desde otro país, sintiendo que había algo especial en sus platos.
La conociste en un pop-up de Dr. Pizza, en un evento donde te sentiste un fan emocionado, pidiendo una foto como si encontraras a una estrella. Y quién iba a decir que, años después, la verías en su propio restaurante en Ciudad de México, con una estrella Michelin brillando sobre su nombre y un menú que te hizo sentir en casa.
Esquina Común: un lugar que se siente como un hogar
Ese restaurante, Esquina Común, tiene algo de escondido y de familiar a la vez. Llegaste ahí, limones encurtidos en mano —un pequeño obsequio, una excusa para una visita— y al subir las escaleras, fue como entrar en otro mundo. Te recibió el equipo de cocina asomado en la ventana, el murmullo de los comensales, y esa calidez que hace que un restaurante se sienta como el hogar de un amigo.
Y entonces comenzó el festín
Primero, una tortilla de maíz azul criollo, pero no cualquier tortilla: tenía el dibujo de una calaca impreso, como si se tratara de un pequeño tributo al Día de Muertos. La acompañaba una salsa tatemada que parecía sacada directamente de la cocina de una abuela, de esas salsas que honran la memoria de quienes vinieron antes.
Después, vino la tostada de calabaza. No era la típica tostada; esta estaba adornada con puré de camote y elotitos criollos desgranados. Dos tipos de calabaza, una asada y otra cruda bañada en aceite de chintextle, hacían una especie de danza, mientras el aderezo evocaba la esencia de los esquites sin ser un esquite. Es ese tipo de platillo que te recuerda que la cocina mexicana puede ser sencilla y compleja a la vez, sin dejar de ser auténtica.
Sabores que evocan memorias
A continuación, llegó una sorpresa: una croqueta de fideo seco con conejo estofado, servida sobre tomates heirloom, con una ensalada rallada que te transportó directamente a la cocina de tu Wia Thais. ¿Quién diría que una croqueta podría tener el poder de convocar recuerdos tan vívidos? Pero esa es la magia de la buena comida, ¿no? La capacidad de llevarte a un lugar seguro y familiar, incluso en un sitio nuevo.
Platos únicos y atrevidos
El siguiente plato fue tan audaz como reconfortante: un plátano asado con ensaladilla de camarón y provolone gratinado. Esa combinación podría hacer arquear una ceja a cualquiera, pero funcionaba. Era un plato que recordaba a los sabores de Maracaibo, a esa inventiva maracucha que convierte cualquier combinación en algo digno de probar. Incluso hubo una advertencia, como quien cuenta un chiste privado: “la cáscara del plátano no se come”, y aún así, uno entiende por qué algún extranjero curioso habría intentado probarla.
Después, vino una ensalada de garbanzos con berenjenas asadas al comino y queso de cabeza de cerdo (fromage de tête), acompañado de un panecillo que combinaba la textura de una focaccia con la suavidad de un pan de leche japonés. Era un pan que pedía ser desgarrado, mordido, y mojado en la crema de berenjenas asadas. Un bocado que te hacía detenerte un momento, quizás, para apreciar los detalles que Ana había puesto en cada elemento del plato.
Una despedida dulce y profunda
Finalmente, el último plato salado: un mole de durazno con arrachera Wagyu de Querétaro, servido con tortillas que parecían hechas para taquear una tarde entera. Ese mole, dulce y profundo, era como una despedida en forma de abrazo. No es casualidad que Ana Dolores haya ganado una estrella Michelin. Hay algo más en su cocina, algo que trasciende los sabores y se ancla en el corazón.
Un secreto que todos quieren descubrir
Al terminar de contármelo, me dices que no tienen mesas disponibles hasta el próximo año, y que eso solo hace que el lugar se sienta aún más especial. "Es como un secreto que todos quieren descubrir," dices, y te brillan los ojos al recordar cada plato. Porque en Esquina Común, Ana Dolores no solo cocina; te invita a compartir una parte de su historia, a conectar con la tuya, y a salir sintiendo que has vivido algo único.
Gracias, Ana, por ese regalo. Por una tarde que será recordada no solo por el sabor, sino por la emoción de sentir que alguien, a través de la comida, puede llevarnos de vuelta a casa.
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